ESENCIA FILOSÓFICA DEL ATEISMO
Autor : Ulises Casas Jerez
El ateísmo siempre ha sido un cuestionamiento a lo imperante como ideología; podemos afirmar, entonces, que el teísmo y al ateísmo son elementos que existen en el campo de las ideologías que la sociedad humana genera en su proceso de desarrollo material y cultural.
Esto nos lleva al campo del raciocinio, en donde es el pensamiento el que va definiendo lo que puede significar el teísmo y el ateísmo. El ateísmo es, entonces, por esencia, una posición pensante, una actitud del intelecto y como tal, una expresión filosófica.
Para entenderlo mejor, debemos saber en qué consiste la filosofía; definida clásicamente como el 'amor a la sabiduría' ha sido una especie de ciencia del conocimiento llevado a su expresión histórica; pero la filosofía ha incursionado en diversos campos del existir humano y es, entonces, todo un acervo de actitudes y criterios sobre el mismo ser humano como trascendencia de algo externo a él pero formando parte él mismo del entorno universal.
Para nosotros, la filosofía es una actitud ante el Universo, la Naturaleza, la Sociedad y el Individuo. Esto quiere decir que nuestra misma existencia no es un enigma; es un fenómeno natural, universal en su generalidad. Con esto queremos decir que la vida es algo que existe en cualquier parte del Universo pero que la conocemos aquí en el sistema solar y en el planeta tierra, uno de sus componentes.
Así planteado el asunto, teísmo y ateísmo forman una unidad que la humanidad ha venido manifestando en el devenir de su existencia histórica. Cuando alguien afirmó la existencia de dioses, otro le cuestionó su creencia y ambos expresaron una situación factual en forma de pensamiento para asumir una actitud concreta ante fenómenos externos a ellos pero que eran parte de su entorno y, por consiguiente, de su existencia vital.
El ateísmo se enfrenta al teísmo en una lucha desigual: es más fácil creer en dioses que no creer en ellos. En efecto, el explicar los fenómenos que no entendemos en base a que son manifestaciones de seres desconocidos, es la forma más fácil de salir de una situación que exigiría, para su comprensión, un estudio profundo de la misma. Explicar el fenómeno volcánico afirmando que se trata de la furia de los dioses que habitan bajo la tierra es más fácil que estudiarlo mediante una actividad de análisis en el mismo lugar en donde el fenómeno se da, estudiar la profundidad de la actividad volcánica, analizar los elementos que expulsa, la naturaleza de las rocas que bordean el volcán, etc.
Los antiguos habitantes del planeta que recibían la luz del sol o de la luna en la noche, consideraban que esos astros o estrellas eran dioses que velaban por su existencia y a los cuales había que rendir culto a efecto de obtener sus favores; esos favores tenían que ver con la existencia material misma de los humanos; los cambios de clima, la influencia de esos astros en las cosechas y en el manejo de las aguas, eran decisivos en la vida de las comunidades, siguen siéndolo en la sociedad actual. El humano no ha penetrado completamente en la esencia de los fenómenos que le rodean; más aún, son muy pocos quienes han accedido al conocimiento de los mismos y, en la sociedad capitalista, bajo la cual vivimos, las castas dominantes son las únicas que pueden beneficiarse del alto desarrollo de la ciencia; quienes pueden llegar a los grandes centros de investigación científica son los individuos que poseen la riqueza; pero no cualquier clase de riqueza sino de la riqueza de carácter capitalista; porque en los países atrasados en donde la riqueza aún es la posesión de la tierra y los ganados, un alto desarrollo de la ciencia no existe y esa clase de ricos lo único que puede aprovechar es la posibilidad de enviar sus hijos a los centros educativos de los países altamente desarrollados del capitalismo moderno.
Pero tampoco basta con acceder a los espacios del conocimiento científico; en el sistema capitalista de producción la tecnología y la ciencia sirven al desarrollo del mismo no al individuo como individuo humano. Las fuerzas productivas generan las formas sociales y las formas culturales; en el capitalismo los científicos son, en su gran mayoría, idealistas y, en consecuencia, creyentes. Sólo una minoría que no ejerce influencia alguna sobre las formas culturales de la sociedad acepta el materialismo filosófico. El mundo académico no solamente es, filosóficamente, idealista sino profundamente creyente. En la jerarquización social son los que ocupan los niveles superiores los que determinan el modo de pensar de los que les siguen en la pirámide social y cultural. La situación económica y social de la mayor parte depende de las alta dirigencias económicas, sociales, políticas y culturales. Un profesor de una Universidad ya sea privada u oficial, no se atreve fácilmente a disentir de lo dominante bajo el temor de ser despedido; esto pone en peligro su misma existencia material y social. Recordemos que Feuerbach, para escribir su obra 'El origen del Cristianismo' renunció primero a la cátedra universitaria a efecto de no crearse problemas académicos y culturales. Y Hegel tuvo que justificar el Estado prusiano de tipo autoritario para no ser despedido de su cátedra; muchos otros ejemplos podríamos citar pero no es necesario ahora.
El ateísmo no es peligroso para las castas dominantes por sus tesis intrínsecas ya que sus máximos pensadores las entienden e incluso pueden estar de acuerdo en forma individual; es peligroso en la medida en que lleguen a sectores potencialmente competitivos de sus estructuras materiales y, consiguientemente, culturales, fundamentalmente en lo político y en lo social.
Además, hay diversidad de formas de pensar expresadas ateístamente: las de quienes rechazan la injusticia humana, las de quienes no entienden las catástrofes naturales que causan destrucción material de recursos humanos o de riquezas acumuladas, las de quienes son heridos en sus sentimientos personales y de familia, las de quienes sufren dolor material o moral, etc. etc. Este ateísmo no es peligroso para persona alguna y no trasciende lo puramente personal. Quienes expresan verbalmente en círculos estrechos un ateísmo emotivo no atentan en forma alguna contra el dominio del idealismo, el teísmo y el deísmo tradicionales. Esta clase de personas no tienen valor alguno en la perspectiva que visualizamos de liquidar la dominación ideológica del teísmo y del deismo en la historia de la humanidad.
Los fundamentos reales, de raíz, del ateísmo son los que nos da la concepción filosófica de carácter materialista dialéctico. En efecto, el materialismo dialéctico así como el materialismo de los antiguos griegos y romanos y el de los enciclopedistas franceses que sustentaron ideológicamente los postulados de la Revolución Burguesa, han tenido como referencia los logros de la investigación científica. Los atomistas griegos y romanos, tomando el hilo conductor del materialismo de los hindúes, chinos, sumerios, babilónicos y egipcios, cuestionaban la existencia de los dioses sobre los que legitimaban su poder los reyes y emperadores basados en la observación de los fenómenos naturales y sociales como algo generado en la naturaleza misma de la materia. En los análisis objetivos de la realidad, los pensadores materialistas de las civilizaciones antiguas fundamentaban sus concepciones filosóficas y así se ha venido haciendo a través del tiempo y el espacio hasta el presente cuando los avances de la técnica y la ciencia nos dan las bases para definir el ateísmo. De ahí que nuestro ateísmo se pueda definir como científico. En la medida en que la ciencia avanza, las concepciones idealistas y su vulgar expresión a través de las religiones, van quedando como rezagos del pasado de ignorancia y oscurantismo que la humanidad ha venido padeciendo.
En este proceso de formación del pensamiento filosófico y, como efecto del ateísmo, se han producido debates en los cuales surge, en forma reiterativa, la concepción idealista como producto de las condiciones materiales de existencia de quienes así lo expresan. Uno de estos acontecimientos se dio cuando accedieron al poder político los comunistas; el socialismo científico, expresado y fundamentado por Marx y Engels tenía como objetivo inmediato el dar solución ideológica y política a las contradicciones propias del modo de producción capitalista. Pero a su lado, las concepciones políticas e ideológicas eran sustentadas sobre concepciones filosóficas de carácter materialista dialéctico. Los fundadores del socialismo científico hicieron énfasis en lo filosófico y dentro de ese espacio señalaron a la filosofía de Hegel como un elemento de capital importancia en las concepciones materialistas dialécticas; en efecto, Hegel teoriza y expresa una concepción dialéctica del existir, del Ser. Pero su concepción es Idealista y en última instancia teísta; sin embargo, si en lugar de ese Ser Idealista que Hegel denomina como la Idea Absoluta o la Conciencia Universal, colocamos la realidad, el Ser Material del cual es parte todo el Universo, toda la exposición toma realidad y lógica. Todo lo existente es material y este postulado es científico: la materia no se crea, se transforma. En este simple postulación se encuentra el sustento de la inexistencia de los dioses y de la dialéctica del Ser.
El ateísmo es, entonces, un efecto de la concepción filosófica, de las demostraciones científicas de la realidad universal y de la misma sociedad a la cual pertenecemos. Sostener un ateísmo al margen de la concepción filosófica y científica es algo aleatorio; corre el riesgo de perder piso en cualquier momento, cuando la situación individual cambie, cuando la sociedad logre un mejoramiento en sus condiciones sociales, etc. Un ateísmo impuesto por el Estado, como sucedió en los países que se denominaron 'socialistas', se sostuvo el tiempo que esa clase de Estado subsistió; una vez desaparece y el ateísmo de muchos, entre ellos el de sus propios dirigentes que lo habían impuesto en forma autoritaria, se derrumba con toda la institucionalidad.
El ateísmo real va de la mano de las concepciones filosóficas materialistas; desde las antiguas civilizaciones hasta la nuestra y las que nos han de suceder. Lo que estamos edificando filosóficamente es lo que realmente puede dar piso al ateísmo del momento histórico que vivimos y del que ha de venir en el futuro.
Esto nos lleva al campo del raciocinio, en donde es el pensamiento el que va definiendo lo que puede significar el teísmo y el ateísmo. El ateísmo es, entonces, por esencia, una posición pensante, una actitud del intelecto y como tal, una expresión filosófica.
Para entenderlo mejor, debemos saber en qué consiste la filosofía; definida clásicamente como el 'amor a la sabiduría' ha sido una especie de ciencia del conocimiento llevado a su expresión histórica; pero la filosofía ha incursionado en diversos campos del existir humano y es, entonces, todo un acervo de actitudes y criterios sobre el mismo ser humano como trascendencia de algo externo a él pero formando parte él mismo del entorno universal.
Para nosotros, la filosofía es una actitud ante el Universo, la Naturaleza, la Sociedad y el Individuo. Esto quiere decir que nuestra misma existencia no es un enigma; es un fenómeno natural, universal en su generalidad. Con esto queremos decir que la vida es algo que existe en cualquier parte del Universo pero que la conocemos aquí en el sistema solar y en el planeta tierra, uno de sus componentes.
Así planteado el asunto, teísmo y ateísmo forman una unidad que la humanidad ha venido manifestando en el devenir de su existencia histórica. Cuando alguien afirmó la existencia de dioses, otro le cuestionó su creencia y ambos expresaron una situación factual en forma de pensamiento para asumir una actitud concreta ante fenómenos externos a ellos pero que eran parte de su entorno y, por consiguiente, de su existencia vital.
El ateísmo se enfrenta al teísmo en una lucha desigual: es más fácil creer en dioses que no creer en ellos. En efecto, el explicar los fenómenos que no entendemos en base a que son manifestaciones de seres desconocidos, es la forma más fácil de salir de una situación que exigiría, para su comprensión, un estudio profundo de la misma. Explicar el fenómeno volcánico afirmando que se trata de la furia de los dioses que habitan bajo la tierra es más fácil que estudiarlo mediante una actividad de análisis en el mismo lugar en donde el fenómeno se da, estudiar la profundidad de la actividad volcánica, analizar los elementos que expulsa, la naturaleza de las rocas que bordean el volcán, etc.
Los antiguos habitantes del planeta que recibían la luz del sol o de la luna en la noche, consideraban que esos astros o estrellas eran dioses que velaban por su existencia y a los cuales había que rendir culto a efecto de obtener sus favores; esos favores tenían que ver con la existencia material misma de los humanos; los cambios de clima, la influencia de esos astros en las cosechas y en el manejo de las aguas, eran decisivos en la vida de las comunidades, siguen siéndolo en la sociedad actual. El humano no ha penetrado completamente en la esencia de los fenómenos que le rodean; más aún, son muy pocos quienes han accedido al conocimiento de los mismos y, en la sociedad capitalista, bajo la cual vivimos, las castas dominantes son las únicas que pueden beneficiarse del alto desarrollo de la ciencia; quienes pueden llegar a los grandes centros de investigación científica son los individuos que poseen la riqueza; pero no cualquier clase de riqueza sino de la riqueza de carácter capitalista; porque en los países atrasados en donde la riqueza aún es la posesión de la tierra y los ganados, un alto desarrollo de la ciencia no existe y esa clase de ricos lo único que puede aprovechar es la posibilidad de enviar sus hijos a los centros educativos de los países altamente desarrollados del capitalismo moderno.
Pero tampoco basta con acceder a los espacios del conocimiento científico; en el sistema capitalista de producción la tecnología y la ciencia sirven al desarrollo del mismo no al individuo como individuo humano. Las fuerzas productivas generan las formas sociales y las formas culturales; en el capitalismo los científicos son, en su gran mayoría, idealistas y, en consecuencia, creyentes. Sólo una minoría que no ejerce influencia alguna sobre las formas culturales de la sociedad acepta el materialismo filosófico. El mundo académico no solamente es, filosóficamente, idealista sino profundamente creyente. En la jerarquización social son los que ocupan los niveles superiores los que determinan el modo de pensar de los que les siguen en la pirámide social y cultural. La situación económica y social de la mayor parte depende de las alta dirigencias económicas, sociales, políticas y culturales. Un profesor de una Universidad ya sea privada u oficial, no se atreve fácilmente a disentir de lo dominante bajo el temor de ser despedido; esto pone en peligro su misma existencia material y social. Recordemos que Feuerbach, para escribir su obra 'El origen del Cristianismo' renunció primero a la cátedra universitaria a efecto de no crearse problemas académicos y culturales. Y Hegel tuvo que justificar el Estado prusiano de tipo autoritario para no ser despedido de su cátedra; muchos otros ejemplos podríamos citar pero no es necesario ahora.
El ateísmo no es peligroso para las castas dominantes por sus tesis intrínsecas ya que sus máximos pensadores las entienden e incluso pueden estar de acuerdo en forma individual; es peligroso en la medida en que lleguen a sectores potencialmente competitivos de sus estructuras materiales y, consiguientemente, culturales, fundamentalmente en lo político y en lo social.
Además, hay diversidad de formas de pensar expresadas ateístamente: las de quienes rechazan la injusticia humana, las de quienes no entienden las catástrofes naturales que causan destrucción material de recursos humanos o de riquezas acumuladas, las de quienes son heridos en sus sentimientos personales y de familia, las de quienes sufren dolor material o moral, etc. etc. Este ateísmo no es peligroso para persona alguna y no trasciende lo puramente personal. Quienes expresan verbalmente en círculos estrechos un ateísmo emotivo no atentan en forma alguna contra el dominio del idealismo, el teísmo y el deísmo tradicionales. Esta clase de personas no tienen valor alguno en la perspectiva que visualizamos de liquidar la dominación ideológica del teísmo y del deismo en la historia de la humanidad.
Los fundamentos reales, de raíz, del ateísmo son los que nos da la concepción filosófica de carácter materialista dialéctico. En efecto, el materialismo dialéctico así como el materialismo de los antiguos griegos y romanos y el de los enciclopedistas franceses que sustentaron ideológicamente los postulados de la Revolución Burguesa, han tenido como referencia los logros de la investigación científica. Los atomistas griegos y romanos, tomando el hilo conductor del materialismo de los hindúes, chinos, sumerios, babilónicos y egipcios, cuestionaban la existencia de los dioses sobre los que legitimaban su poder los reyes y emperadores basados en la observación de los fenómenos naturales y sociales como algo generado en la naturaleza misma de la materia. En los análisis objetivos de la realidad, los pensadores materialistas de las civilizaciones antiguas fundamentaban sus concepciones filosóficas y así se ha venido haciendo a través del tiempo y el espacio hasta el presente cuando los avances de la técnica y la ciencia nos dan las bases para definir el ateísmo. De ahí que nuestro ateísmo se pueda definir como científico. En la medida en que la ciencia avanza, las concepciones idealistas y su vulgar expresión a través de las religiones, van quedando como rezagos del pasado de ignorancia y oscurantismo que la humanidad ha venido padeciendo.
En este proceso de formación del pensamiento filosófico y, como efecto del ateísmo, se han producido debates en los cuales surge, en forma reiterativa, la concepción idealista como producto de las condiciones materiales de existencia de quienes así lo expresan. Uno de estos acontecimientos se dio cuando accedieron al poder político los comunistas; el socialismo científico, expresado y fundamentado por Marx y Engels tenía como objetivo inmediato el dar solución ideológica y política a las contradicciones propias del modo de producción capitalista. Pero a su lado, las concepciones políticas e ideológicas eran sustentadas sobre concepciones filosóficas de carácter materialista dialéctico. Los fundadores del socialismo científico hicieron énfasis en lo filosófico y dentro de ese espacio señalaron a la filosofía de Hegel como un elemento de capital importancia en las concepciones materialistas dialécticas; en efecto, Hegel teoriza y expresa una concepción dialéctica del existir, del Ser. Pero su concepción es Idealista y en última instancia teísta; sin embargo, si en lugar de ese Ser Idealista que Hegel denomina como la Idea Absoluta o la Conciencia Universal, colocamos la realidad, el Ser Material del cual es parte todo el Universo, toda la exposición toma realidad y lógica. Todo lo existente es material y este postulado es científico: la materia no se crea, se transforma. En este simple postulación se encuentra el sustento de la inexistencia de los dioses y de la dialéctica del Ser.
El ateísmo es, entonces, un efecto de la concepción filosófica, de las demostraciones científicas de la realidad universal y de la misma sociedad a la cual pertenecemos. Sostener un ateísmo al margen de la concepción filosófica y científica es algo aleatorio; corre el riesgo de perder piso en cualquier momento, cuando la situación individual cambie, cuando la sociedad logre un mejoramiento en sus condiciones sociales, etc. Un ateísmo impuesto por el Estado, como sucedió en los países que se denominaron 'socialistas', se sostuvo el tiempo que esa clase de Estado subsistió; una vez desaparece y el ateísmo de muchos, entre ellos el de sus propios dirigentes que lo habían impuesto en forma autoritaria, se derrumba con toda la institucionalidad.
El ateísmo real va de la mano de las concepciones filosóficas materialistas; desde las antiguas civilizaciones hasta la nuestra y las que nos han de suceder. Lo que estamos edificando filosóficamente es lo que realmente puede dar piso al ateísmo del momento histórico que vivimos y del que ha de venir en el futuro.
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