LA RELIGIÓN DEL PRESENTE Y EL ATEISMO DEL FUTURO
Autor: Marcelo Martínez
Como el ser en sus diferentes manifestaciones, la consciencia religiosa experimenta cambios permanentemente, los que la adecuan a la realidad de cada momento. Así, las creencias actuales ya no se rigen por el inflexible credo monoteísta del pasado. Ahora ya no es raro observar que el ciudadano tenga por Dios a tantas y tan variadas imágenes como fenómenos y situaciones se le presenten en su cotidianidad; mas aún, en sus prácticas religiosas se combinan las más disímiles y aparentemente contradictorias tendencias espiritualistas, deviniendo en una especie de neo-politeísmo.
Con esta nueva modalidad religiosa se pretende llenar los espacios vacíos de la consciencia, que han sido puestos al descubierto por un orden social que evoluciona a unas velocidades tales que no permiten a la mente humana comprender en toda su dimensión, y que requieren ser satisfechos de alguna manera con cualquier respuesta, quepa o no en la lógica de la razón.
Sin embargo, estas respuestas de última instancia sólo llenan los vacíos 'espirituales' y proyectan la paz del 'alma' de forma pasajera e incompleta. Cuando la realidad socioeconómica, el autodinámico y cambiante escenario en que el hombre desarrolla su actividad vital, se manifiesta de nuevas formas, la inconsistencia se apodera de aquellas, la promesa religiosa se desvanece estrepitosamente, la desazón se posa nuevamente en las consciencias. Esta operación se repite a cada instante, en períodos cada vez menos distantes, debiendo el creyente proseguir en esa interminable búsqueda de la tan anhelada paz interna. De esta forma, las religiones modernas encuentran la sustancia nutritiva que las mantiene con vida.
Aunque las explicaciones del fenómeno varían, dependiendo de las lentes ideológicas con que se las haya elaborado, existe una que parece acercarse más a la realidad: es la que considera como causa principal de la nueva fenomenología teológica a la condición psicológica de un individuo desencantado por las promesas del desarrollo tecnológico y social, de un individuo que creyó haber encontrado el final de la búsqueda de la felicidad en la acumulación de riquezas materiales, pero que en la realidad con lo que se había topado era con el mundo de la fatiga, del estrés ante la presión ejercida por una sociedad intensamente interrelacionada pero con la competencia salvaje como su sustento y motor.
Parece pues, que el problema toca con dos elementos íntimamente ligados: la estructura económica y la consciencia social. Sin embargo, mientras la estructura se fundamenta en un sistema socioeconómico con la propiedad de los medios materiales y culturales intensamente concentrada, la consciencia social gira alrededor de la dispersión individual. En efecto, la tendencia de la economía mundial es hacia la concentración de la propiedad de la parte esencial de los medios de producción en unas pocas corporaciones transnacionales, lo cual ha sido posible por el avance de la tecnología de las comunicaciones y la información que ha acortado las distancias. Por su parte, el corazón de la consciencia social del presente lo ocupa la libertad individual. Así, en el plano político se habla de la democracia pura, el último escaño que la humanidad puede alcanzar en cuanto al ejercicio del derecho a la participación ciudadana, existiendo para toda actividad su respectivo proceso plebiscitario debidamente acompañado -¿o suplantado?- por el marketing electoral; en el plano cultural ya no hay límites para expresión artística y cultural, excepto para la que atenta contra el sistema y; en el plano religioso, cada cual puede darse cualesquier Dios que le parezca conveniente.
A primera vista el fenómeno de la concentración económica en unos pocos entes, regidos por una única racionalidad, debería generar en las actitudes religiosas de los individuos tendencias similares; o sea, un mayor apego al Dios único monoteísta. Pero no, la evidencia muestra que la actual estructura económica, se acompaña de una mayor libertad del individuo para adoptar posturas neo-politeístas. ¿A qué se debe esta, aparentemente contradictoria, relación de causalidad entre concentración de los poderes del mundo real y dispersión de los poderes del mundo ideal?
El nivel alcanzado por la economía se fundamenta en una cada vez mayor centralización del capital, lo cual conlleva inevitablemente a que las formas de consciencia social giren también alrededor de esos centros de poder económico. Los aparatos ideológicos no pueden ser ajenos a ese fenómeno, pues son ellos el sostén de la condición de sistema predominante del capitalismo, al permitirle difundir entre toda la sociedad unos modelos de comportamiento acordes a sus requerimientos. En cumplimiento de esta función, las formas ideológicas se muestran con unos contenidos incompatibles con los de la estructura económica; sin embargo, esta engañosa oposición sólo existe como argumento pues en la práctica esas formas ideológicas sirven plenamente al mantenimiento de los poderes económicos. Esto es posible en tanto la ideología dominante contribuye a mantener oculta al entendimiento del público la esencia y funcionamiento de la estructura social; a perpetuar el misterio
La libertad como un derecho que el individuo de la sociedad capitalista moderna puede ejercer a plenitud no pasa de ser un sofisma. Se hace creer que es sólo ahora cuando el hombre puede adquirir ese derecho, por cuanto ahora cada uno puede ser dueño de sus propios bienes, tiempo, ideas, dioses, etc. y sobre ellos puede decidir el uso que quiera. Sin embargo, la falacia salta a la vista cuando el hombre hace un recuento de su individualidad en el espacio-tiempo real, quedando ese derecho reducido a un simple sueño.
Las nuevas tecnologías han puesto en manos de los grandes poderes la posibilidad de virtualizar la realidad, pudiendo estos producir una inversión en la conceptualización del hombre común. Así, la tan mentada libertad individual de la ideología dominante tiene su realización sólo en el mundo virtual, como una aspiración ideal, pues la aspiración real es precisamente la carencia engendrada por ese absorbente, único y todopoderoso sistema socioeconómico capitalista, bajo cuyos lineamientos no puede ni podrá satisfacerse.
En este contexto, la nueva religión se convierte en el escampadero de las consciencias atormentadas que buscan la paz interior, en el club virtual de un solo miembro en el cual nadie puede interferir en los asuntos de nadie, pues el hombre se encuentra sólo con su yo, con su misma consciencia. Pero esta paz interna dura lo que duran los espacios, tanto físicos como 'espirituales', sin interacción que en la sociedad de estos tiempos tienden a ser ceros. De esta manera, la promesa de redimir al pueblo atormentado por ese mundano capitalismo consumista queda reducida a la nada.
Y es que las nuevas religiones son las mismas viejas religiones pero con nuevos discursos, con nuevos ropajes. De hecho, esos dioses individualizados están cruzados por el hilo común de ser eso: dioses, agentes externos al mundo de la materia que sólo son detectables en el 'mundo' de las ideas. Como tales, las religiones modernas siguen siendo aparatos ideológicos al servicio de quienes detentan el poder, sólo que ahora, y como siempre, están evolucionando, transformándose para poder funcionar adecuadamente como las válvulas de escape de la presión acumulada en el individuo por obra del sistema imperante.
En sentido general, las válvulas de escape de la presión social son tan necesarias como lo son para todos los sistemas del ser, ya que evitan su destrucción. En la historia humana, las religiones han cumplido esta función a la perfección. Lo que las hace inadecuadas para este tiempo, es el hecho de que van en contravía de lo que sustenta el presente y el futuro de la sociedad: la razón.
La contradicción fe - razón, agudizada por la persistencia de las religiones en un medio con la razón como base de su existencia, se manifiesta ahora en formas tan perversas para la humanidad y para los individuos, como en el estallido de conflictos armados atroces a causa de la intolerancia presente en las diversas sectas religiosas y al acceso que ahora tienen a los adelantos tecnológicos de la industria bélica, en la lucha de parte de los místicos contra los avances científicos y en definitiva, en la lucha contra el soporte tecnológico de la sociedad del presente y del futuro.
En estas condiciones, la supervivencia de las religiones, se ha convertido en un asunto que atañe con la supervivencia de cada individuo, con la existencia de la especie humana. Entre más tiempo duren aquéllas, mayor será el tiempo que la humanidad deba soportar fenómenos adversos, originados en la acción de la misma especie humana, pues, mientras el mundo perfecto que prometen las religiones, cada vez más alejado de la vida real, siga siendo el eje de la consciencia social, el hombre no podrá asumir su historia en la forma en que el nivel de desarrollo material lo exige; por tanto, ese avance material seguirá siendo un elemento hostil que amenace la existencia del hombre y de la vida misma.
Es aquí donde se encuentra el punto de apoyo, la razón de la existencia de nosotros los ateos. Es aquí donde el ateísmo encuentra sus papeles protagónicos en la escena social. Aquí se demuestra que la actividad atea no es una simple opción negativa, de oposición a los dioses, sino que por el contrario, es una determinación positiva, en tanto lucha por construir un mundo apto para la felicidad individual, para la libertad plena, en lo cual la razón debe ser reconocida como el eje principal.
Porque a estas alturas del desarrollo social, la base económica es condición necesaria, pero no suficiente para superar el actual orden socioeconómico y cultural; porque la crisis del sistema actual no es una crisis de riqueza material, sino una crisis de actitudes de los individuos y la sociedad, la consciencia atea se ha convertido en ese complemento deficitario de la sociedad y nuestro deber de ateos es satisfacerlo, elaborando y difundiendo sus tesis.
Como el ser en sus diferentes manifestaciones, la consciencia religiosa experimenta cambios permanentemente, los que la adecuan a la realidad de cada momento. Así, las creencias actuales ya no se rigen por el inflexible credo monoteísta del pasado. Ahora ya no es raro observar que el ciudadano tenga por Dios a tantas y tan variadas imágenes como fenómenos y situaciones se le presenten en su cotidianidad; mas aún, en sus prácticas religiosas se combinan las más disímiles y aparentemente contradictorias tendencias espiritualistas, deviniendo en una especie de neo-politeísmo.
Con esta nueva modalidad religiosa se pretende llenar los espacios vacíos de la consciencia, que han sido puestos al descubierto por un orden social que evoluciona a unas velocidades tales que no permiten a la mente humana comprender en toda su dimensión, y que requieren ser satisfechos de alguna manera con cualquier respuesta, quepa o no en la lógica de la razón.
Sin embargo, estas respuestas de última instancia sólo llenan los vacíos 'espirituales' y proyectan la paz del 'alma' de forma pasajera e incompleta. Cuando la realidad socioeconómica, el autodinámico y cambiante escenario en que el hombre desarrolla su actividad vital, se manifiesta de nuevas formas, la inconsistencia se apodera de aquellas, la promesa religiosa se desvanece estrepitosamente, la desazón se posa nuevamente en las consciencias. Esta operación se repite a cada instante, en períodos cada vez menos distantes, debiendo el creyente proseguir en esa interminable búsqueda de la tan anhelada paz interna. De esta forma, las religiones modernas encuentran la sustancia nutritiva que las mantiene con vida.
Aunque las explicaciones del fenómeno varían, dependiendo de las lentes ideológicas con que se las haya elaborado, existe una que parece acercarse más a la realidad: es la que considera como causa principal de la nueva fenomenología teológica a la condición psicológica de un individuo desencantado por las promesas del desarrollo tecnológico y social, de un individuo que creyó haber encontrado el final de la búsqueda de la felicidad en la acumulación de riquezas materiales, pero que en la realidad con lo que se había topado era con el mundo de la fatiga, del estrés ante la presión ejercida por una sociedad intensamente interrelacionada pero con la competencia salvaje como su sustento y motor.
Parece pues, que el problema toca con dos elementos íntimamente ligados: la estructura económica y la consciencia social. Sin embargo, mientras la estructura se fundamenta en un sistema socioeconómico con la propiedad de los medios materiales y culturales intensamente concentrada, la consciencia social gira alrededor de la dispersión individual. En efecto, la tendencia de la economía mundial es hacia la concentración de la propiedad de la parte esencial de los medios de producción en unas pocas corporaciones transnacionales, lo cual ha sido posible por el avance de la tecnología de las comunicaciones y la información que ha acortado las distancias. Por su parte, el corazón de la consciencia social del presente lo ocupa la libertad individual. Así, en el plano político se habla de la democracia pura, el último escaño que la humanidad puede alcanzar en cuanto al ejercicio del derecho a la participación ciudadana, existiendo para toda actividad su respectivo proceso plebiscitario debidamente acompañado -¿o suplantado?- por el marketing electoral; en el plano cultural ya no hay límites para expresión artística y cultural, excepto para la que atenta contra el sistema y; en el plano religioso, cada cual puede darse cualesquier Dios que le parezca conveniente.
A primera vista el fenómeno de la concentración económica en unos pocos entes, regidos por una única racionalidad, debería generar en las actitudes religiosas de los individuos tendencias similares; o sea, un mayor apego al Dios único monoteísta. Pero no, la evidencia muestra que la actual estructura económica, se acompaña de una mayor libertad del individuo para adoptar posturas neo-politeístas. ¿A qué se debe esta, aparentemente contradictoria, relación de causalidad entre concentración de los poderes del mundo real y dispersión de los poderes del mundo ideal?
El nivel alcanzado por la economía se fundamenta en una cada vez mayor centralización del capital, lo cual conlleva inevitablemente a que las formas de consciencia social giren también alrededor de esos centros de poder económico. Los aparatos ideológicos no pueden ser ajenos a ese fenómeno, pues son ellos el sostén de la condición de sistema predominante del capitalismo, al permitirle difundir entre toda la sociedad unos modelos de comportamiento acordes a sus requerimientos. En cumplimiento de esta función, las formas ideológicas se muestran con unos contenidos incompatibles con los de la estructura económica; sin embargo, esta engañosa oposición sólo existe como argumento pues en la práctica esas formas ideológicas sirven plenamente al mantenimiento de los poderes económicos. Esto es posible en tanto la ideología dominante contribuye a mantener oculta al entendimiento del público la esencia y funcionamiento de la estructura social; a perpetuar el misterio
La libertad como un derecho que el individuo de la sociedad capitalista moderna puede ejercer a plenitud no pasa de ser un sofisma. Se hace creer que es sólo ahora cuando el hombre puede adquirir ese derecho, por cuanto ahora cada uno puede ser dueño de sus propios bienes, tiempo, ideas, dioses, etc. y sobre ellos puede decidir el uso que quiera. Sin embargo, la falacia salta a la vista cuando el hombre hace un recuento de su individualidad en el espacio-tiempo real, quedando ese derecho reducido a un simple sueño.
Las nuevas tecnologías han puesto en manos de los grandes poderes la posibilidad de virtualizar la realidad, pudiendo estos producir una inversión en la conceptualización del hombre común. Así, la tan mentada libertad individual de la ideología dominante tiene su realización sólo en el mundo virtual, como una aspiración ideal, pues la aspiración real es precisamente la carencia engendrada por ese absorbente, único y todopoderoso sistema socioeconómico capitalista, bajo cuyos lineamientos no puede ni podrá satisfacerse.
En este contexto, la nueva religión se convierte en el escampadero de las consciencias atormentadas que buscan la paz interior, en el club virtual de un solo miembro en el cual nadie puede interferir en los asuntos de nadie, pues el hombre se encuentra sólo con su yo, con su misma consciencia. Pero esta paz interna dura lo que duran los espacios, tanto físicos como 'espirituales', sin interacción que en la sociedad de estos tiempos tienden a ser ceros. De esta manera, la promesa de redimir al pueblo atormentado por ese mundano capitalismo consumista queda reducida a la nada.
Y es que las nuevas religiones son las mismas viejas religiones pero con nuevos discursos, con nuevos ropajes. De hecho, esos dioses individualizados están cruzados por el hilo común de ser eso: dioses, agentes externos al mundo de la materia que sólo son detectables en el 'mundo' de las ideas. Como tales, las religiones modernas siguen siendo aparatos ideológicos al servicio de quienes detentan el poder, sólo que ahora, y como siempre, están evolucionando, transformándose para poder funcionar adecuadamente como las válvulas de escape de la presión acumulada en el individuo por obra del sistema imperante.
En sentido general, las válvulas de escape de la presión social son tan necesarias como lo son para todos los sistemas del ser, ya que evitan su destrucción. En la historia humana, las religiones han cumplido esta función a la perfección. Lo que las hace inadecuadas para este tiempo, es el hecho de que van en contravía de lo que sustenta el presente y el futuro de la sociedad: la razón.
La contradicción fe - razón, agudizada por la persistencia de las religiones en un medio con la razón como base de su existencia, se manifiesta ahora en formas tan perversas para la humanidad y para los individuos, como en el estallido de conflictos armados atroces a causa de la intolerancia presente en las diversas sectas religiosas y al acceso que ahora tienen a los adelantos tecnológicos de la industria bélica, en la lucha de parte de los místicos contra los avances científicos y en definitiva, en la lucha contra el soporte tecnológico de la sociedad del presente y del futuro.
En estas condiciones, la supervivencia de las religiones, se ha convertido en un asunto que atañe con la supervivencia de cada individuo, con la existencia de la especie humana. Entre más tiempo duren aquéllas, mayor será el tiempo que la humanidad deba soportar fenómenos adversos, originados en la acción de la misma especie humana, pues, mientras el mundo perfecto que prometen las religiones, cada vez más alejado de la vida real, siga siendo el eje de la consciencia social, el hombre no podrá asumir su historia en la forma en que el nivel de desarrollo material lo exige; por tanto, ese avance material seguirá siendo un elemento hostil que amenace la existencia del hombre y de la vida misma.
Es aquí donde se encuentra el punto de apoyo, la razón de la existencia de nosotros los ateos. Es aquí donde el ateísmo encuentra sus papeles protagónicos en la escena social. Aquí se demuestra que la actividad atea no es una simple opción negativa, de oposición a los dioses, sino que por el contrario, es una determinación positiva, en tanto lucha por construir un mundo apto para la felicidad individual, para la libertad plena, en lo cual la razón debe ser reconocida como el eje principal.
Porque a estas alturas del desarrollo social, la base económica es condición necesaria, pero no suficiente para superar el actual orden socioeconómico y cultural; porque la crisis del sistema actual no es una crisis de riqueza material, sino una crisis de actitudes de los individuos y la sociedad, la consciencia atea se ha convertido en ese complemento deficitario de la sociedad y nuestro deber de ateos es satisfacerlo, elaborando y difundiendo sus tesis.
En conclusión, los pasos que demos en esta lucha ateísta son trechos que nos permitirán construir un mundo mejor. De esta manera abriremos espacios en los cuales el hombre sea libre, pero no solo en el 'mundo' espectral de las ideas, sino, también, y más que todo, en el mundo asequible del ser. El ser está esperando la acción de la consciencia.