miércoles, 15 de agosto de 2007

LA RELIGIÓN DEL PRESENTE Y EL ATEISMO DEL FUTURO
Autor: Marcelo Martínez

Como el ser en sus diferentes manifestaciones, la consciencia religiosa experimenta cambios permanentemente, los que la adecuan a la realidad de cada momento. Así, las creencias actuales ya no se rigen por el inflexible credo monoteísta del pasado. Ahora ya no es raro observar que el ciudadano tenga por Dios a tantas y tan variadas imágenes como fenómenos y situaciones se le presenten en su cotidianidad; mas aún, en sus prácticas religiosas se combinan las más disímiles y aparentemente contradictorias tendencias espiritualistas, deviniendo en una especie de neo-politeísmo.

Con esta nueva modalidad religiosa se pretende llenar los espacios vacíos de la consciencia, que han sido puestos al descubierto por un orden social que evoluciona a unas velocidades tales que no permiten a la mente humana comprender en toda su dimensión, y que requieren ser satisfechos de alguna manera con cualquier respuesta, quepa o no en la lógica de la razón.

Sin embargo, estas respuestas de última instancia sólo llenan los vacíos 'espirituales' y proyectan la paz del 'alma' de forma pasajera e incompleta. Cuando la realidad socioeconómica, el autodinámico y cambiante escenario en que el hombre desarrolla su actividad vital, se manifiesta de nuevas formas, la inconsistencia se apodera de aquellas, la promesa religiosa se desvanece estrepitosamente, la desazón se posa nuevamente en las consciencias. Esta operación se repite a cada instante, en períodos cada vez menos distantes, debiendo el creyente proseguir en esa interminable búsqueda de la tan anhelada paz interna. De esta forma, las religiones modernas encuentran la sustancia nutritiva que las mantiene con vida.

Aunque las explicaciones del fenómeno varían, dependiendo de las lentes ideológicas con que se las haya elaborado, existe una que parece acercarse más a la realidad: es la que considera como causa principal de la nueva fenomenología teológica a la condición psicológica de un individuo desencantado por las promesas del desarrollo tecnológico y social, de un individuo que creyó haber encontrado el final de la búsqueda de la felicidad en la acumulación de riquezas materiales, pero que en la realidad con lo que se había topado era con el mundo de la fatiga, del estrés ante la presión ejercida por una sociedad intensamente interrelacionada pero con la competencia salvaje como su sustento y motor.

Parece pues, que el problema toca con dos elementos íntimamente ligados: la estructura económica y la consciencia social. Sin embargo, mientras la estructura se fundamenta en un sistema socioeconómico con la propiedad de los medios materiales y culturales intensamente concentrada, la consciencia social gira alrededor de la dispersión individual. En efecto, la tendencia de la economía mundial es hacia la concentración de la propiedad de la parte esencial de los medios de producción en unas pocas corporaciones transnacionales, lo cual ha sido posible por el avance de la tecnología de las comunicaciones y la información que ha acortado las distancias. Por su parte, el corazón de la consciencia social del presente lo ocupa la libertad individual. Así, en el plano político se habla de la democracia pura, el último escaño que la humanidad puede alcanzar en cuanto al ejercicio del derecho a la participación ciudadana, existiendo para toda actividad su respectivo proceso plebiscitario debidamente acompañado -¿o suplantado?- por el marketing electoral; en el plano cultural ya no hay límites para expresión artística y cultural, excepto para la que atenta contra el sistema y; en el plano religioso, cada cual puede darse cualesquier Dios que le parezca conveniente.

A primera vista el fenómeno de la concentración económica en unos pocos entes, regidos por una única racionalidad, debería generar en las actitudes religiosas de los individuos tendencias similares; o sea, un mayor apego al Dios único monoteísta. Pero no, la evidencia muestra que la actual estructura económica, se acompaña de una mayor libertad del individuo para adoptar posturas neo-politeístas. ¿A qué se debe esta, aparentemente contradictoria, relación de causalidad entre concentración de los poderes del mundo real y dispersión de los poderes del mundo ideal?

El nivel alcanzado por la economía se fundamenta en una cada vez mayor centralización del capital, lo cual conlleva inevitablemente a que las formas de consciencia social giren también alrededor de esos centros de poder económico. Los aparatos ideológicos no pueden ser ajenos a ese fenómeno, pues son ellos el sostén de la condición de sistema predominante del capitalismo, al permitirle difundir entre toda la sociedad unos modelos de comportamiento acordes a sus requerimientos. En cumplimiento de esta función, las formas ideológicas se muestran con unos contenidos incompatibles con los de la estructura económica; sin embargo, esta engañosa oposición sólo existe como argumento pues en la práctica esas formas ideológicas sirven plenamente al mantenimiento de los poderes económicos. Esto es posible en tanto la ideología dominante contribuye a mantener oculta al entendimiento del público la esencia y funcionamiento de la estructura social; a perpetuar el misterio

La libertad como un derecho que el individuo de la sociedad capitalista moderna puede ejercer a plenitud no pasa de ser un sofisma. Se hace creer que es sólo ahora cuando el hombre puede adquirir ese derecho, por cuanto ahora cada uno puede ser dueño de sus propios bienes, tiempo, ideas, dioses, etc. y sobre ellos puede decidir el uso que quiera. Sin embargo, la falacia salta a la vista cuando el hombre hace un recuento de su individualidad en el espacio-tiempo real, quedando ese derecho reducido a un simple sueño.

Las nuevas tecnologías han puesto en manos de los grandes poderes la posibilidad de virtualizar la realidad, pudiendo estos producir una inversión en la conceptualización del hombre común. Así, la tan mentada libertad individual de la ideología dominante tiene su realización sólo en el mundo virtual, como una aspiración ideal, pues la aspiración real es precisamente la carencia engendrada por ese absorbente, único y todopoderoso sistema socioeconómico capitalista, bajo cuyos lineamientos no puede ni podrá satisfacerse.

En este contexto, la nueva religión se convierte en el escampadero de las consciencias atormentadas que buscan la paz interior, en el club virtual de un solo miembro en el cual nadie puede interferir en los asuntos de nadie, pues el hombre se encuentra sólo con su yo, con su misma consciencia. Pero esta paz interna dura lo que duran los espacios, tanto físicos como 'espirituales', sin interacción que en la sociedad de estos tiempos tienden a ser ceros. De esta manera, la promesa de redimir al pueblo atormentado por ese mundano capitalismo consumista queda reducida a la nada.

Y es que las nuevas religiones son las mismas viejas religiones pero con nuevos discursos, con nuevos ropajes. De hecho, esos dioses individualizados están cruzados por el hilo común de ser eso: dioses, agentes externos al mundo de la materia que sólo son detectables en el 'mundo' de las ideas. Como tales, las religiones modernas siguen siendo aparatos ideológicos al servicio de quienes detentan el poder, sólo que ahora, y como siempre, están evolucionando, transformándose para poder funcionar adecuadamente como las válvulas de escape de la presión acumulada en el individuo por obra del sistema imperante.

En sentido general, las válvulas de escape de la presión social son tan necesarias como lo son para todos los sistemas del ser, ya que evitan su destrucción. En la historia humana, las religiones han cumplido esta función a la perfección. Lo que las hace inadecuadas para este tiempo, es el hecho de que van en contravía de lo que sustenta el presente y el futuro de la sociedad: la razón.

La contradicción fe - razón, agudizada por la persistencia de las religiones en un medio con la razón como base de su existencia, se manifiesta ahora en formas tan perversas para la humanidad y para los individuos, como en el estallido de conflictos armados atroces a causa de la intolerancia presente en las diversas sectas religiosas y al acceso que ahora tienen a los adelantos tecnológicos de la industria bélica, en la lucha de parte de los místicos contra los avances científicos y en definitiva, en la lucha contra el soporte tecnológico de la sociedad del presente y del futuro.

En estas condiciones, la supervivencia de las religiones, se ha convertido en un asunto que atañe con la supervivencia de cada individuo, con la existencia de la especie humana. Entre más tiempo duren aquéllas, mayor será el tiempo que la humanidad deba soportar fenómenos adversos, originados en la acción de la misma especie humana, pues, mientras el mundo perfecto que prometen las religiones, cada vez más alejado de la vida real, siga siendo el eje de la consciencia social, el hombre no podrá asumir su historia en la forma en que el nivel de desarrollo material lo exige; por tanto, ese avance material seguirá siendo un elemento hostil que amenace la existencia del hombre y de la vida misma.

Es aquí donde se encuentra el punto de apoyo, la razón de la existencia de nosotros los ateos. Es aquí donde el ateísmo encuentra sus papeles protagónicos en la escena social. Aquí se demuestra que la actividad atea no es una simple opción negativa, de oposición a los dioses, sino que por el contrario, es una determinación positiva, en tanto lucha por construir un mundo apto para la felicidad individual, para la libertad plena, en lo cual la razón debe ser reconocida como el eje principal.

Porque a estas alturas del desarrollo social, la base económica es condición necesaria, pero no suficiente para superar el actual orden socioeconómico y cultural; porque la crisis del sistema actual no es una crisis de riqueza material, sino una crisis de actitudes de los individuos y la sociedad, la consciencia atea se ha convertido en ese complemento deficitario de la sociedad y nuestro deber de ateos es satisfacerlo, elaborando y difundiendo sus tesis.


En conclusión, los pasos que demos en esta lucha ateísta son trechos que nos permitirán construir un mundo mejor. De esta manera abriremos espacios en los cuales el hombre sea libre, pero no solo en el 'mundo' espectral de las ideas, sino, también, y más que todo, en el mundo asequible del ser. El ser está esperando la acción de la consciencia.

sábado, 11 de agosto de 2007

PRIMER CONGRESO MUNDIAL DE ATEOS - Enero 12-13-14 de 2.001

ESENCIA FILOSÓFICA DEL ATEISMO
Autor : Ulises Casas Jerez
El ateísmo siempre ha sido un cuestionamiento a lo imperante como ideología; podemos afirmar, entonces, que el teísmo y al ateísmo son elementos que existen en el campo de las ideologías que la sociedad humana genera en su proceso de desarrollo material y cultural.

Esto nos lleva al campo del raciocinio, en donde es el pensamiento el que va definiendo lo que puede significar el teísmo y el ateísmo. El ateísmo es, entonces, por esencia, una posición pensante, una actitud del intelecto y como tal, una expresión filosófica.

Para entenderlo mejor, debemos saber en qué consiste la filosofía; definida clásicamente como el 'amor a la sabiduría' ha sido una especie de ciencia del conocimiento llevado a su expresión histórica; pero la filosofía ha incursionado en diversos campos del existir humano y es, entonces, todo un acervo de actitudes y criterios sobre el mismo ser humano como trascendencia de algo externo a él pero formando parte él mismo del entorno universal.

Para nosotros, la filosofía es una actitud ante el Universo, la Naturaleza, la Sociedad y el Individuo. Esto quiere decir que nuestra misma existencia no es un enigma; es un fenómeno natural, universal en su generalidad. Con esto queremos decir que la vida es algo que existe en cualquier parte del Universo pero que la conocemos aquí en el sistema solar y en el planeta tierra, uno de sus componentes.

Así planteado el asunto, teísmo y ateísmo forman una unidad que la humanidad ha venido manifestando en el devenir de su existencia histórica. Cuando alguien afirmó la existencia de dioses, otro le cuestionó su creencia y ambos expresaron una situación factual en forma de pensamiento para asumir una actitud concreta ante fenómenos externos a ellos pero que eran parte de su entorno y, por consiguiente, de su existencia vital.

El ateísmo se enfrenta al teísmo en una lucha desigual: es más fácil creer en dioses que no creer en ellos. En efecto, el explicar los fenómenos que no entendemos en base a que son manifestaciones de seres desconocidos, es la forma más fácil de salir de una situación que exigiría, para su comprensión, un estudio profundo de la misma. Explicar el fenómeno volcánico afirmando que se trata de la furia de los dioses que habitan bajo la tierra es más fácil que estudiarlo mediante una actividad de análisis en el mismo lugar en donde el fenómeno se da, estudiar la profundidad de la actividad volcánica, analizar los elementos que expulsa, la naturaleza de las rocas que bordean el volcán, etc.

Los antiguos habitantes del planeta que recibían la luz del sol o de la luna en la noche, consideraban que esos astros o estrellas eran dioses que velaban por su existencia y a los cuales había que rendir culto a efecto de obtener sus favores; esos favores tenían que ver con la existencia material misma de los humanos; los cambios de clima, la influencia de esos astros en las cosechas y en el manejo de las aguas, eran decisivos en la vida de las comunidades, siguen siéndolo en la sociedad actual. El humano no ha penetrado completamente en la esencia de los fenómenos que le rodean; más aún, son muy pocos quienes han accedido al conocimiento de los mismos y, en la sociedad capitalista, bajo la cual vivimos, las castas dominantes son las únicas que pueden beneficiarse del alto desarrollo de la ciencia; quienes pueden llegar a los grandes centros de investigación científica son los individuos que poseen la riqueza; pero no cualquier clase de riqueza sino de la riqueza de carácter capitalista; porque en los países atrasados en donde la riqueza aún es la posesión de la tierra y los ganados, un alto desarrollo de la ciencia no existe y esa clase de ricos lo único que puede aprovechar es la posibilidad de enviar sus hijos a los centros educativos de los países altamente desarrollados del capitalismo moderno.

Pero tampoco basta con acceder a los espacios del conocimiento científico; en el sistema capitalista de producción la tecnología y la ciencia sirven al desarrollo del mismo no al individuo como individuo humano. Las fuerzas productivas generan las formas sociales y las formas culturales; en el capitalismo los científicos son, en su gran mayoría, idealistas y, en consecuencia, creyentes. Sólo una minoría que no ejerce influencia alguna sobre las formas culturales de la sociedad acepta el materialismo filosófico. El mundo académico no solamente es, filosóficamente, idealista sino profundamente creyente. En la jerarquización social son los que ocupan los niveles superiores los que determinan el modo de pensar de los que les siguen en la pirámide social y cultural. La situación económica y social de la mayor parte depende de las alta dirigencias económicas, sociales, políticas y culturales. Un profesor de una Universidad ya sea privada u oficial, no se atreve fácilmente a disentir de lo dominante bajo el temor de ser despedido; esto pone en peligro su misma existencia material y social. Recordemos que Feuerbach, para escribir su obra 'El origen del Cristianismo' renunció primero a la cátedra universitaria a efecto de no crearse problemas académicos y culturales. Y Hegel tuvo que justificar el Estado prusiano de tipo autoritario para no ser despedido de su cátedra; muchos otros ejemplos podríamos citar pero no es necesario ahora.

El ateísmo no es peligroso para las castas dominantes por sus tesis intrínsecas ya que sus máximos pensadores las entienden e incluso pueden estar de acuerdo en forma individual; es peligroso en la medida en que lleguen a sectores potencialmente competitivos de sus estructuras materiales y, consiguientemente, culturales, fundamentalmente en lo político y en lo social.

Además, hay diversidad de formas de pensar expresadas ateístamente: las de quienes rechazan la injusticia humana, las de quienes no entienden las catástrofes naturales que causan destrucción material de recursos humanos o de riquezas acumuladas, las de quienes son heridos en sus sentimientos personales y de familia, las de quienes sufren dolor material o moral, etc. etc. Este ateísmo no es peligroso para persona alguna y no trasciende lo puramente personal. Quienes expresan verbalmente en círculos estrechos un ateísmo emotivo no atentan en forma alguna contra el dominio del idealismo, el teísmo y el deísmo tradicionales. Esta clase de personas no tienen valor alguno en la perspectiva que visualizamos de liquidar la dominación ideológica del teísmo y del deismo en la historia de la humanidad.

Los fundamentos reales, de raíz, del ateísmo son los que nos da la concepción filosófica de carácter materialista dialéctico. En efecto, el materialismo dialéctico así como el materialismo de los antiguos griegos y romanos y el de los enciclopedistas franceses que sustentaron ideológicamente los postulados de la Revolución Burguesa, han tenido como referencia los logros de la investigación científica. Los atomistas griegos y romanos, tomando el hilo conductor del materialismo de los hindúes, chinos, sumerios, babilónicos y egipcios, cuestionaban la existencia de los dioses sobre los que legitimaban su poder los reyes y emperadores basados en la observación de los fenómenos naturales y sociales como algo generado en la naturaleza misma de la materia. En los análisis objetivos de la realidad, los pensadores materialistas de las civilizaciones antiguas fundamentaban sus concepciones filosóficas y así se ha venido haciendo a través del tiempo y el espacio hasta el presente cuando los avances de la técnica y la ciencia nos dan las bases para definir el ateísmo. De ahí que nuestro ateísmo se pueda definir como científico. En la medida en que la ciencia avanza, las concepciones idealistas y su vulgar expresión a través de las religiones, van quedando como rezagos del pasado de ignorancia y oscurantismo que la humanidad ha venido padeciendo.

En este proceso de formación del pensamiento filosófico y, como efecto del ateísmo, se han producido debates en los cuales surge, en forma reiterativa, la concepción idealista como producto de las condiciones materiales de existencia de quienes así lo expresan. Uno de estos acontecimientos se dio cuando accedieron al poder político los comunistas; el socialismo científico, expresado y fundamentado por Marx y Engels tenía como objetivo inmediato el dar solución ideológica y política a las contradicciones propias del modo de producción capitalista. Pero a su lado, las concepciones políticas e ideológicas eran sustentadas sobre concepciones filosóficas de carácter materialista dialéctico. Los fundadores del socialismo científico hicieron énfasis en lo filosófico y dentro de ese espacio señalaron a la filosofía de Hegel como un elemento de capital importancia en las concepciones materialistas dialécticas; en efecto, Hegel teoriza y expresa una concepción dialéctica del existir, del Ser. Pero su concepción es Idealista y en última instancia teísta; sin embargo, si en lugar de ese Ser Idealista que Hegel denomina como la Idea Absoluta o la Conciencia Universal, colocamos la realidad, el Ser Material del cual es parte todo el Universo, toda la exposición toma realidad y lógica. Todo lo existente es material y este postulado es científico: la materia no se crea, se transforma. En este simple postulación se encuentra el sustento de la inexistencia de los dioses y de la dialéctica del Ser.

El ateísmo es, entonces, un efecto de la concepción filosófica, de las demostraciones científicas de la realidad universal y de la misma sociedad a la cual pertenecemos. Sostener un ateísmo al margen de la concepción filosófica y científica es algo aleatorio; corre el riesgo de perder piso en cualquier momento, cuando la situación individual cambie, cuando la sociedad logre un mejoramiento en sus condiciones sociales, etc. Un ateísmo impuesto por el Estado, como sucedió en los países que se denominaron 'socialistas', se sostuvo el tiempo que esa clase de Estado subsistió; una vez desaparece y el ateísmo de muchos, entre ellos el de sus propios dirigentes que lo habían impuesto en forma autoritaria, se derrumba con toda la institucionalidad.

El ateísmo real va de la mano de las concepciones filosóficas materialistas; desde las antiguas civilizaciones hasta la nuestra y las que nos han de suceder. Lo que estamos edificando filosóficamente es lo que realmente puede dar piso al ateísmo del momento histórico que vivimos y del que ha de venir en el futuro.